Tuesday, September 26, 2006

remember 2

En otra vida en la que también fui mujer
morí quemada en la hoguera.
Aquellos tiempos eran una época rara. Convulsionada.
Mataban a la gente por idioteces y, como no había cine, la gente se ponía su mejor ropa y asistía al evento.
Se masturbaban los tipos mientras prendían los leños.
Las solteronas buscaban novio.
Cuchicheaban en la fila las amas de casa.
A mí me quemaron por tener sueños extraños y ser lo suficientemente ignorante para contarlos.
Una vez soñé con gente mirando cosas cuadradas y brillantes con cierto poder hinóptico.
Otra, que las mujeres usaban polleras tan pero tan cortas que las piernas les relucían como piel de serpiente.
Soñé con gente con la piel escrita para siempre, con garabatos sin sentido.
Y con un ratón enorme con un moño corbata.

Soñé que en esa época Dios estaba muerto y a nadie le importaba.







Si quieren ver el trabajo de Rodrigo Luján con estos textos:

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjtyx-StO6GGsWNRr-h2wQcBWPzguIibZTUimz704HxqAuO9AWOmJVkrf65nr94uHa-f-Krtz7JTAtgoeCHfKi_SpaY5JT8frgFqCXhlZEYLtXnCk7rOGKrIWVWeSzFV0KlapH3/s1600-h/Recuerdos-P-01.jpg

Monday, September 11, 2006

remember 1

http://blogs.ya.com/miedoavolar/files/pelos.jpg

En la primera de todas nací hombre.
Era más o menos el SXIV en el continente europeo y no recuerdo haberla pasado muy bien.
No era algo personal, supongo, pero yo era una curiosidad.
Recuerdo que todo comenzó en la pubertad cuando comenzaron a crecer.
Primero era uno pequeño que se fue volviendo cada vez más largo hasta que después crecieron todos juntos.
Los pelos de mi nariz eran una excentricidad y me tapaban la boca por entero.
Aunque mi madre me instaba a que los cortara, yo me negaba rotundamente.
No sé como explicarlo. Era como la amenaza de la castración.
Tenía un futuro promisorio al que renuncié abruptamente y me fui con el circo.
Toda mi virilidad estaba en juego y yo lo decidí sin pensarlo.
Yo creo que se trataba de esas cosas raras que tiene el destino.
En una de las tiendas la vi por primera vez.
Ningún hombre había querido tocarla pero yo ahí nomás metí mano y le toqué la barba.
Fue un flechazo. Me dio en el brazo. Era el arquero del circo que estaba practicando.
Ella me curó la herida con agua ardiente. Yo la besé con mis labios escondidos en sus labios porosos.
Lo raro es que la mujer barbuda y yo tuvimos siete hijos.


Todos lampiños.